Este aspecto tan llamativo y a su vez tan característico de Cartagena de Indias, debe su existencia en primera instancia, a los continuos y por demás intimidatorios ataques de extrema crudeza que esta ciudad debió soportar antiguamente.
Tras el amurallado no había quien dejara de sentirse protegido, ya no circulaba la paranoia de un nuevo ataque sin nada que los previniese de los daños irreversibles; el tiempo, dicen, corría de otra manera y a otro ritmo.
Pero esta gran obra no se construyó de una vez sino en etapas; proteger Cartagena implicó mucho trabajo, esfuerzo y por supuesto tiempo. Pero su historia comenzaba de la mano del ingeniero italiano Bautista Antonelli en el año 1586.
Posteriormente en el año 1608, se logra fortificar toda la cara de la ciudad que da de lleno al mar, pero esta vez el encargado de las obras fue Cristóbal de Roda.
Francisco de Murga retoma el emprendimiento en el año 1631 prosiguiendo la fortificación y extendiéndola hasta completar la totalidad del barrio de Getsemaní durante los dos años siguientes.
Hasta esos años todo se mantuvo en orden pero tiempo después entre la fuerza del mar y un sorpresivo ataque del Barón de Pointis, Don Juan de Herrera y Sotomayor debió efectuar nuevas reparaciones.
En el año 1721, todavía no seguros a pesar de las últimas reformas, Don Juan de Herrera y Sotomayor construye bajo el mandato del Virrey de Villalonga, una escollera frente a las murallas ruinosas.
Finalmente el ciclo de construcción, por llamarlo de alguna manera, se cerraría con la participación del ingeniero Antonio de Arévalo, quien se encargó de construir la escollera que une Punta Icacos con Tierrabomba, culminando las obras en el año 1796.
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